Cuentan que hace años llegó a Todos Santos un michoacano. Que les advirtió
a los apodadores oficiales del pueblo que no le pusieran ningún apodo.
Y que si lo hacían, podía matarlos.
Al día siguient
e, alguien preguntó por el “hereje”.
Enterado, el michoacano reclamó y ratificó su amenaza. “Ser hereje es
no ser bautizado”, le informaron.
Y si le quedó el apodo. De eso
hace más de 50 años.
Los apodos más originales nacen en Todos Santos. Había un hombre que
era experto en podar árboles. Un día fue agredido.
Cuando le preguntaron por qué
había permitido la golpiza, respondió: “porque no había un árbol cerquita”. Y
así se le quedó: “el árbol cerquita”.
A un señor que siempre cargaba los hombros arriba le pusieron “el quién
sabe”.
Ni a los muertos respetan. A una
persona que velaron tres días, porque no llegaban los familiares, le pusieron “la
princesa Diana”.
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