lunes, 3 de febrero de 2014

Blanco y Negro

Decíamos en fecha reciente que Todos Santos es la capital del apodo, se dejen o no se dejen.

Cuentan que hace años llegó a Todos Santos un michoacano. Que les advirtió a los apodadores oficiales del pueblo que no le pusieran ningún apodo.

Y que si lo hacían, podía matarlos. Al día siguient

e, alguien preguntó por el “hereje”.

Enterado, el michoacano reclamó y ratificó su amenaza. “Ser hereje es no ser bautizado”, le informaron.

Y si le quedó el apodo. De eso hace más de 50 años.

Los apodos más originales nacen en Todos Santos. Había un hombre que era experto en podar árboles. Un día fue agredido.

Cuando le preguntaron por qué había permitido la golpiza, respondió: “porque no había un árbol cerquita”. Y así se le quedó: “el árbol cerquita”.

A un señor que siempre cargaba los hombros arriba le pusieron “el quién sabe”.


Ni a los muertos respetan. A una persona que velaron tres días, porque no llegaban los familiares, le pusieron “la princesa Diana”.

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