Por Eligio Moisés Coronado
En un texto de la Unión Nacional Sinarquista, emitido a través de su
agencia de noticias (http://asiuns.blogspot.com/2008/10/cristo-rey.html), puede
leerse que “A finales de agosto del año
1941, el Jefe Nacional Sinarquista de ese entonces, Salvador Abascal Infante,
en acto público celebrado en Tijuana, BCN, pronunció ante cientos de
sinarquistas las siguientes palabras: ‘Los sinarquistas colonizaremos el
territorio sur de esta península, que tan codiciadamente nos disputan en la
actualidad otros pueblos.”
Explica más adelante que “en 1941 se rumoraba que Japón tenía
arsenales ocultos en los litorales bajacalifornianos, y por su parte los
Estados Unidos de Norteamérica pretendían establecer una base militar a lo
largo del territorio mexicano de la Baja California Sur, queriendo hacerse de
esas tierras a como diera lugar.”
“De ahí el que –prosigue la información- un numeroso grupo de sinarquistas de varias
partes de la República Mexicana, capitaneados por Salvador Abascal Infante,
partieran a colonizar Maria Auxiliadora en Baja California Sur.”
Ello está documentado en el libro Mis recuerdos. Sinarquismo y María
Auxiliadora (Ed. Tradición, 1980, México, 790 págs.), del propio Abascal, cuya
crónica abarca de 1935 a 1944, desde las primeras promociones del autor en tal
sentido, pasando por su militancia en el sinarquismo, las gestiones y el
reclutamiento para la empresa en Baja California Sur (BCS), la fundación, las
vicisitudes y prosperidad de la colonia María Auxiliadora, hasta el abandono
del proyecto y su rompimiento con la Unión Nacional Sinarquista (UNS).
La idea de la colonización en
BCS fue lanzada por Abascal al presidente Manuel Ávila Camacho en un telegrama
donde le expresó, en la última parte: “Propóngole plan de colonización
inmediata obligándome colonizar breve plazo terrenos actuales desérticos de
Baja California, con miles familias sinarquistas que cultivarán la tierra,
construirán carreteras y crearán nuevas industrias. Sin que nada de esto
signifique gastos para el gobierno federal, excepto los caminos.”
Y explica: “Cuenta el
sinarquismo con la mística exaltada y limpia del amor a México y con la
generosidad del pueblo entero. Dicha colonización facilitará la instalación de
fuertes guarniciones de soldados federales en los lugares que la defensa del
país lo requiera.”
Eran tiempos de guerra y
existía el riesgo de que las potencias del Eje (Japón, Alemania e Italia)
pretendieran avanzar en suelo americano a través de la península californiana,
particularmente de bahía Magdalena.
El proyecto subsecuente fue recibido en la presidencia con la promesa
de apoyarlo.
Así, a las seis de la tarde del 29 de diciembre de 1941llegaron a La
Paz, “a las 48 horas justas de felicísima navegación”, narra Abascal. “Cuando
se acercó el barco (de nombre Salvatierra, de 150 toneladas, fletado en
Mazatlán por cuatro mil pesos) al muelle de La Paz, desplegamos nuestras
banderas y enarbolamos la gran Cruz de Acámbaro, en el techo de los camarotes.”
Con esa insignia, la imagen de la virgen de Guadalupe y las banderas a
la cabeza, “desfilamos del muelle a la parroquia, en silencio, en medio de la
simpatía del pueblo de La Paz; mucha gente nos había recibido en el muelle y
muchos hombres nos ayudaron espontáneamente al traslado de los equipajes. De la
iglesia nos fuimos al cuartel que nos había preparado el Lic. Zermeño: una gran
casa en que cupimos todos muy bien.”
“Hablamos Zermeño y yo con el general Múgica. Ya lo había yo tratado
en México, en Gobernación. Jamás tocamos nuestras ideologías, porque estábamos
de acuerdo en lo relativo a la colonización. Era hombre franco y abierto de
fisonomía, de grandes cualidades naturales, instruido, cumplidor y con
experiencia y conocimientos en agricultura... Jamás nos estorbó en lo más
mínimo. Por el contrario, nos ayudó cuanto pudo; y no más, por ser limitados
los recursos económicos del gobierno del Distrito Sur...”
El primer día de 1942, a las once de la mañana, “salieron 218 almas de
La Paz a Santo Domingo en trece camiones de carga del gobierno.”
El compromiso de apoyo del presidente Ávila Camacho estaba siendo
cumplido por el gobernador de BCS.
Caso curioso el del encuentro y colaboración, en tales circunstancias,
entre el revolucionario de izquierda incuestionable y el dirigente de
acendradas convicciones religiosas. Esto sólo podía darse en un ámbito difícil
como el de Baja California Sur, ajeno para ambos, pero en el que se encontraron
y entendieron.
De Isidro Rivera, miembro de la
segunda hornada que se integró a este proyecto es el siguiente fragmento de su
canción Madre, me voy a California: “Estas tus tierras, hoy tristes y
desiertas, convertiremos en un hermoso edén; por nuestro esfuerzo serás, ¡oh,
California!, de nuestra patria riquísimo vergel.”
La historia sudcaliforniana quedó así
enriquecida con el empeño de las familias de mexicanos que, encabezadas por un
proyecto sinceramente providencialista, hizo de esta tierra, como tantas veces,
laboratorio idóneo para la procuración de una utopía.
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