Presentación del libro
“EL SAN LUCAS QUE YO CONOCÍ”
Faustina Wilkes Ritchie
“EL SAN LUCAS QUE YO CONOCÍ”
Faustina Wilkes Ritchie
Por Armando Trasviña Taylor *Tomado de la Revista Compás
Me da gusto, Faustina, asistir al advenimiento de tu primer hijo que tanto deseaste, un crío que tiene, porque tú lo formaste, todas los rasgos palmarios de la primera infancia que se tropieza y gatea, lleno de vida, que da sus pasos nacientes y pretende correr y trepar y avanzar y mostrarse ante el cristal de los ojos y enfocar los globos que leen, que recuerdan y evocan y de l0s otros iris que otean y admiran el antes que ahora descubren y al explorar se sorprenden, se conmueven y gozan y sienten como otro cualquiera. Se va formando la vida como el árbol que crece, que amarillea y que madura sus muchos frutos visibles. Hace tanta falta recrear el pretérito y, a su vez, disfrutarlo y sentirlo como algo propio, parte del ser y el estar y el sentir dentro de uno mismo para valorar y medir lo que el empeño contiene, sea este indagatorio o recuento que se maximiza.
Faustina, es bueno saber lo que pasa en la casa o pasó en la ajena, lo que pasó en los años que fueron y que conforman su límite externo y ahora luciente, haciendo algo o por alguien, multiplicando o sumando, o enriqueciendo lo íntimo que en la escuela primaria llamamos alma o espíritu y que en la bolsa de valores figura como inversión y ganancia con un gran rendimiento. Aquí están las voces que ahora proclaman o que en antaño clamaron la razón hecha vida y las piruetas que hace como las hizo Ildefonso Green, Alejandro Pedrin, Amelia Wilkes, el Nayo Gastélum, César Martínez, el Capi Pano, los Cota Collins, Jacinto Rochín y tantos otros que fueron los albañiles del pueblo y que colocaron los muros de esta mansión del ahora.
Este pueblo no se ha hecho solo ni con prisa ni por unos cuantos, ni es de unos ni es de otros, es un esfuerzo conjunto, no es de varita mágica ni de magos merlines, es producto de empeños multiplicados por ceros que al vigor evidencia y por hombres, mujeres y niños –y generaciones enteras- que se han repetido como musgos o líquenes desde la planta aborigen hasta los troncos actuales que entregan ciencia y cultura, saber y pensar, a los muchos cabeños que crecen. No, no se hizo solo ni fue producto de magia, sino de sentimientos y ahíncos constantes y de una gran fortaleza social que los une.
Esta casa construida por los resueltos pericúes del yenecamú de otros tiempos, fue levantado con piedras y lajas sangrantes de un quehacer productivo, de tejados y postes de mezquite y de mauto, de ventanas y puertas que con el tiempo se abrieron y con tapias cercaron y solidificaron con la argamasa del cardón y la sotana, con el sudor y el agobio y la revuelta imprevista que protagonizó el desacuerdo, la identidad nativa y la pugna que derivó en la incidencia homicida a principios del 1700.
Pero, reconozcamos, Faustina, hacer al hijo y asearlo, entenderlo y cuidarlo, significó, tú lo sabes, encaramarse a la sierra, recorrer las arenas quemantes, los parajes de nombres de algún suceso ocurrido de tiempo atrás o de leyendas maduras; visitar los hogares en busca de datos del horcón del linaje y remover el origen de algo que estaba enterrado o difuso, son enigmas e incógnitas que están envasadas en los decires del pueblo o en los dimes vernáculos de testimonios ocultos. Navegar, inclusive, en el vapor de internet e investigar preguntando por aquí y por allá, por doquier y, finalmente, entre otras muchas pesquisas, la averiguación en la historia y en sus páginas leales en torno a este cabo san Lucas tan cálido, tan amable, de vastísimo acopio e interesante registro por tanta gente o que ha olvidado, o prescindido o ignorado que el vibrar de los tiempos que de polvo se llenan, de pretérito bravo y pospretérito ilustre como el de aquel Ildefonso, el patriota de brazos fuertes y largos que vivió 96 años de afanes continuos por este patio nativo.
Pero, Faustina, los sabes bien, eres rama y follaje de ese hombre creador, fundatario, Cipriano Ceseña, labrador de este pueblo y de la quinta generación que desciende y trastataranita de quien dio dimensión a este cabo san Lucas de incandescente memoria.
Noblesse obligue, dice el latín, Faustina, que se debe entender por la ascendencia acreedora y la descendencia consiente que limita el deber a la conducta honorable y al privilegio de ser, de actuar y sentir con responsabilidad eminente, con arrojo y provecho como fue la de aquel don Cipriano Ceseña, tu predecesor memorioso que tanto requiere un altar y un incienso que una biografía reseñe, que cuente y revele vicisitudes y lances, peripecias y andanzas del verbo fundar, establecer y erigir esperanzas y sueños que hoy tienen formato, pero no tiene apellido.
No es un libro de historia, Faustina, tú lo sabes, pero cuenta historias con una gran amiga e íntima aliada, la leyenda, porque un hecho sin testimonio escrito anterior, no es histórico.
Relata, describe y resume casos y cosas que la gente conoce o desconoce o sabe poco de ellas, de ese ayer y anteayer, versiones que, al fin, dan lugar y presencia al habitante cabeño que es testigo de hechos y muchos de lo que fue pie de otro tiempo y metatarso del hoy, es sello e identidad de esta casa de huéspedes tan cálida y bella.
Este libro nos habla y explica la razón de los nombres y parajes diversos que existen o así se nombraron, o nombran, ¿por que los llamamos así?, por ejemplo, al cerro del timbre, la playa del amor, la cuadrada, el pueblo viejo, el salitral, la otra playa, la playa de sanay, el barrio de la cruz, la cuchilla, el tecolote, el médano, la piedra mora, el cerro blanco, etc., ¡tantos nombres!
¿Y cómo arribaron aquí los apellidos raíces que existen?, los Wilkes, los Collins, los Green, los Gillins, los Pedrín, los Ritchies, los Leggs, tanto patronímico extranjero que en la zona palpita con fuerza: los Robinson, los Burgoin, los Monroy, los Gastélum, los Presichi, los Druck, los Bertín, los Colli, los Mouet, Los Sández (Sanders), los Maldonado (Mac Donald), entre muchísimos.
El libro que creaste, Faustina, es el que hacía falta a cabo san Lucas y habrá de brillar entre otros que promocionan la zona, que describen hoteles y que visten de lujo a este punto del mar que no sólo es regalo de la california primera, sino belleza e imán para ojos que buscan la cualidad que lo eleva, distingue y deslumbra.
Ahora, y para concluir, Faustina, entra por la puerta grande a la vecindad de la historia (y no es historia, pero va a generarla) y del brazo sonriente del hecho incontado como lo vio y lo vivió quien se aparcó con la muerte y la sintió a sus espaldas y se encaró a su semblante, y once mil contingencias más que ocurrieron en esta gran aventura que percibe el oído en la edad que se abrieron los yunques sedientos hacia el pretil del futuro que un día soñaron aquellos que ahora lo viven y que para crecer dispusieron no sólo de bríos, empeños y pugnas, decisión y coraje, sino de pasión y vehemencia y del tejido prístino del hombre cabeño que está presente en el libro con protagonismo sobrado.
Hay que condecorar este esfuerzo, amigos cabeños, leerlo, pues, es lo que sigue porque abre bien el recuerdo que sorprende y recita, recita bien el pasado.
Faustina, es bueno saber lo que pasa en la casa o pasó en la ajena, lo que pasó en los años que fueron y que conforman su límite externo y ahora luciente, haciendo algo o por alguien, multiplicando o sumando, o enriqueciendo lo íntimo que en la escuela primaria llamamos alma o espíritu y que en la bolsa de valores figura como inversión y ganancia con un gran rendimiento. Aquí están las voces que ahora proclaman o que en antaño clamaron la razón hecha vida y las piruetas que hace como las hizo Ildefonso Green, Alejandro Pedrin, Amelia Wilkes, el Nayo Gastélum, César Martínez, el Capi Pano, los Cota Collins, Jacinto Rochín y tantos otros que fueron los albañiles del pueblo y que colocaron los muros de esta mansión del ahora.
Este pueblo no se ha hecho solo ni con prisa ni por unos cuantos, ni es de unos ni es de otros, es un esfuerzo conjunto, no es de varita mágica ni de magos merlines, es producto de empeños multiplicados por ceros que al vigor evidencia y por hombres, mujeres y niños –y generaciones enteras- que se han repetido como musgos o líquenes desde la planta aborigen hasta los troncos actuales que entregan ciencia y cultura, saber y pensar, a los muchos cabeños que crecen. No, no se hizo solo ni fue producto de magia, sino de sentimientos y ahíncos constantes y de una gran fortaleza social que los une.
Esta casa construida por los resueltos pericúes del yenecamú de otros tiempos, fue levantado con piedras y lajas sangrantes de un quehacer productivo, de tejados y postes de mezquite y de mauto, de ventanas y puertas que con el tiempo se abrieron y con tapias cercaron y solidificaron con la argamasa del cardón y la sotana, con el sudor y el agobio y la revuelta imprevista que protagonizó el desacuerdo, la identidad nativa y la pugna que derivó en la incidencia homicida a principios del 1700.
Pero, reconozcamos, Faustina, hacer al hijo y asearlo, entenderlo y cuidarlo, significó, tú lo sabes, encaramarse a la sierra, recorrer las arenas quemantes, los parajes de nombres de algún suceso ocurrido de tiempo atrás o de leyendas maduras; visitar los hogares en busca de datos del horcón del linaje y remover el origen de algo que estaba enterrado o difuso, son enigmas e incógnitas que están envasadas en los decires del pueblo o en los dimes vernáculos de testimonios ocultos. Navegar, inclusive, en el vapor de internet e investigar preguntando por aquí y por allá, por doquier y, finalmente, entre otras muchas pesquisas, la averiguación en la historia y en sus páginas leales en torno a este cabo san Lucas tan cálido, tan amable, de vastísimo acopio e interesante registro por tanta gente o que ha olvidado, o prescindido o ignorado que el vibrar de los tiempos que de polvo se llenan, de pretérito bravo y pospretérito ilustre como el de aquel Ildefonso, el patriota de brazos fuertes y largos que vivió 96 años de afanes continuos por este patio nativo.
Pero, Faustina, los sabes bien, eres rama y follaje de ese hombre creador, fundatario, Cipriano Ceseña, labrador de este pueblo y de la quinta generación que desciende y trastataranita de quien dio dimensión a este cabo san Lucas de incandescente memoria.
Noblesse obligue, dice el latín, Faustina, que se debe entender por la ascendencia acreedora y la descendencia consiente que limita el deber a la conducta honorable y al privilegio de ser, de actuar y sentir con responsabilidad eminente, con arrojo y provecho como fue la de aquel don Cipriano Ceseña, tu predecesor memorioso que tanto requiere un altar y un incienso que una biografía reseñe, que cuente y revele vicisitudes y lances, peripecias y andanzas del verbo fundar, establecer y erigir esperanzas y sueños que hoy tienen formato, pero no tiene apellido.
No es un libro de historia, Faustina, tú lo sabes, pero cuenta historias con una gran amiga e íntima aliada, la leyenda, porque un hecho sin testimonio escrito anterior, no es histórico.
Relata, describe y resume casos y cosas que la gente conoce o desconoce o sabe poco de ellas, de ese ayer y anteayer, versiones que, al fin, dan lugar y presencia al habitante cabeño que es testigo de hechos y muchos de lo que fue pie de otro tiempo y metatarso del hoy, es sello e identidad de esta casa de huéspedes tan cálida y bella.
Este libro nos habla y explica la razón de los nombres y parajes diversos que existen o así se nombraron, o nombran, ¿por que los llamamos así?, por ejemplo, al cerro del timbre, la playa del amor, la cuadrada, el pueblo viejo, el salitral, la otra playa, la playa de sanay, el barrio de la cruz, la cuchilla, el tecolote, el médano, la piedra mora, el cerro blanco, etc., ¡tantos nombres!
¿Y cómo arribaron aquí los apellidos raíces que existen?, los Wilkes, los Collins, los Green, los Gillins, los Pedrín, los Ritchies, los Leggs, tanto patronímico extranjero que en la zona palpita con fuerza: los Robinson, los Burgoin, los Monroy, los Gastélum, los Presichi, los Druck, los Bertín, los Colli, los Mouet, Los Sández (Sanders), los Maldonado (Mac Donald), entre muchísimos.
El libro que creaste, Faustina, es el que hacía falta a cabo san Lucas y habrá de brillar entre otros que promocionan la zona, que describen hoteles y que visten de lujo a este punto del mar que no sólo es regalo de la california primera, sino belleza e imán para ojos que buscan la cualidad que lo eleva, distingue y deslumbra.
Ahora, y para concluir, Faustina, entra por la puerta grande a la vecindad de la historia (y no es historia, pero va a generarla) y del brazo sonriente del hecho incontado como lo vio y lo vivió quien se aparcó con la muerte y la sintió a sus espaldas y se encaró a su semblante, y once mil contingencias más que ocurrieron en esta gran aventura que percibe el oído en la edad que se abrieron los yunques sedientos hacia el pretil del futuro que un día soñaron aquellos que ahora lo viven y que para crecer dispusieron no sólo de bríos, empeños y pugnas, decisión y coraje, sino de pasión y vehemencia y del tejido prístino del hombre cabeño que está presente en el libro con protagonismo sobrado.
Hay que condecorar este esfuerzo, amigos cabeños, leerlo, pues, es lo que sigue porque abre bien el recuerdo que sorprende y recita, recita bien el pasado.
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