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Cuando fui al rancho
donde vivía mi abuelo, le presumí la nota. Y él, muy serio me dijo: “¿Y por qué
la mataste hijo?” Tuve que explicarle que eso, en periodismo, se llama crédito.
En otra ocasión, invité a mi abuelo a ver una
pelea de box. En los primeros rounds, cayó a la lona uno de los contendientes.
Entonces ya había repeticiones.
Mi abuelo vio,
asombrado, que el peleador cayó en por lo menos tres ocasiones. Y muy serio me
dice: “oye, van a matar a ese hombre”.
Mi primo Antonio llevó al rancho un enorme
radio de pilas. No lo apagaron en todo el día. Y al caer la tarde, mi abuelo
dijo: “ya dejen descansar a ese pobre hombre. Se va a enronquecer”.
Cuando llegué a La Paz,
el periódico semanal “el Eco de California”, la tomó contra mí por no ser sudcaliforniano.
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Obviamente, me asusté
mucho porque el señor estaba borracho. Pero haciendo de tripas corazón le dije
que le jalara.
Félix me preguntó si tenía miedo. Claro que no,
le dije temblando por dentro. No te da miedo, me preguntó. A partir de ese día
y hasta su muerte, fuimos grandes amigos.
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