Hoy relataré algunas de las anécdotas durante
el ejercicio de mi oficio. En Culiacán abordé, inocentemente, al presidente
Echeverría, mientras pasaba frente a mí.
El jefe del ejecutivo
me tomó del brazo izquierdo e iba yo muy queco, cuando recibí un fuerte impacto
en el brazo derecho. Era un guarura.
En Ensenada pregunté en Banpesca por el jefe.
No tarda, me dijo una secretaria. Y cuando salió lo que yo pensaba que era el
director, lo abordé y la aclaré que no sabía nada de pesca.
A cada pregunta el
funcionario, elegantísimamente vestido, consultaba la respuesta con otro
funcionario chaparrito.
Me animo y le digo: “oiga, usted está peor que
yo. No sabe nada”. Y entonces recibí un baño de agua fría: “es que soy el
director nacional”.
Cuando empezaba mi carrera, un amigo y yo nos
metimos, sin saber de que se trataba, al Museo de Cera. Y era tan real, tan
real, que francamente nos asustamos.
Cuando ya habíamos
pasado casi todos los monstruos, nos tropezamos con Frankenstein. Nos vio tan
apurados y tan asustados, que nos dijo: “no se asusten, muchachos”.
Pero era tal el miedo, que los dos gritamos al
mismo tiempo: “no nos haga nada. Somos periodistas”.
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