jueves, 17 de noviembre de 2011

Calderón, derrotado por la victoria

Por Manuel Espino

Los números no mienten: con Felipe Calderón como su presidente de facto, el Partido Acción Nacional ha encajado la peor racha de pérdidas electorales en su historia.

Más allá de filias y fobias políticas, la objetividad de las estadísticas evidencia que el PAN vivió un camino ascendente a lo largo de su luminosa historia democrática.

En lo que fue llamado “la larga marcha”, de manera lenta pero siempre ascendente el panismo sumó pequeñas victorias culturales y electorales hasta desembocar en el más alto punto de la historia azul: el 2 de julio de 2006.

Ese día se refrendó la presidencia de la república y se rompieron todos los récords electorales —más alcaldes, más diputados federales, más legisladores locales y más senadores. En fin, el PAN se consolidó como la fuerza política dominante tanto a nivel local como a nivel federal.

Además, ante un PRI desdibujado y un PRD lastrado por las acciones de su principal líder, el PAN enfrentaba un escenario sumamente favorable, el más positivo que cualquier gobernante panista haya soñado tener.

Este abundante capital político no fue aprovechado. Si el emperador Augusto pudo decir orgulloso a punto de morir “encontré una Roma de ladrillos y dejo una Roma de mármol", Calderón tendría que decir lo contrario: interrumpió la clara evolución histórica de Acción Nacional, construida —con paciencia y magnanimidad— por varias generaciones de panistas. Lo derrotó la victoria.

Esta grandiosa fuerza fue dilapidada por seguir la consigna del “haiga sido como haiga sido”, radicalmente distinta a la tesis panista de “los principios dan resultados”. Se difundió la peligrosa doctrina de que renunciar a las principales banderas del panismo era el camino para asegurar triunfos.

Si en la historia panista siempre se compitió entre iguales en asambleas y convenciones democráticas, ahora vimos la importación del dedazo.
Si en el PAN siempre hubo debate, libertad de expresión y un irrestricto intercambio de ideas, en este sexenio se impuso la mordaza azul.

Si el panista se preció siempre de comportarse con ética y tener estándares de conducta mucho más elevados que los marcados por la ley, se fue contra nuestra doctrina al afirmar “todo lo legal es ético”.
Paradójicamente, estas desviaciones se instituyeron en el PAN en aras de la efectividad electoral, vendiendo la falsa idea de que la democracia interna estorbaba la victoria.

Los resultados están a la vista. Se han vuelto a romper récords, pero ahora en sentido negativo. Hoy el PAN está dominado por un proyecto que no tiene principios pero tampoco gana votos, que ha renunciado a sus valores y que se ha quedado sin espacios gubernamentales.

Michoacán, llamado a recomenzar

Aunque hubo oportunidades para construir la victoria en Michoacán, se fueron desperdiciando una tras otra debido a prácticas antidemocráticas.
La pregunta que muchos se hacen es clave: si no se pudo ganar Michoacán, en la plenitud del quinto año de gobierno, con pleno control del partido y en el estado natal del presidente, ¿qué victorias se puede alcanzar? De seguir así las cosas, probablemente ninguna.

Michoacán ha sido la última llamada al panismo, que se encuentra en una encrucijada histórica: continuar aceptando la pérdida de sus valores y seguir este camino hasta la derrota final, o reencontrarse con la trayectoria histórica democrática de la que fue descarrilado.

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