lunes, 10 de febrero de 2014

Blanco y Negro

Comentábamos la semana pasada, mis aventuras de reportero joven. Particularmente dos me avergüenzan.

Debo haber tenido unos 17 años. Estudiaba periodismo en Culiacán y un día se presentó un espectáculo llamado “El Castillo de los Monstruos”.

No teníamos idea, mi amigo Ramiro Valenzuela y yo, de qué se trataba. Era una colección de monstruos de tamaño natural.

Al entrar al show el ambiente se imponía: gritos destemplados, aullidos de lobo, el llanto de la Llorona, etcétera.

Total que a medio camino ya no hallábamos qué hacer. Nos faltaba una buena parte del último pasillo. Al fondo, en el puro medio, estaba Frankenstein.

En la locura de tanto grito, mi amigo y yo empezamos a decir: “no, ya no. Ya no”.

Cuando se acercó Frankenstein, fue el colmo del miedo. Tanto que el actor sintió pena por nosotros.

Y el colmo fue cuando los dos tuvimos la misma luminosa idea: “no nos haga nada. Somos periodistas”.


El siguiente relato se lo debo para mañana. Me sucedió en Estados Unidos.

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