Por Ramón Márquez
Tantos años sobre
esto, una espalda o espinazo que hoy empieza una extraña joroba que soporta 3
cuartos de siglo y, con esos 75 años encima, no aprendemos. Nos engañan, nos
fraudean. Nos estafan. Verbos hoy tan socorridos en las agencias de los
ministerios públicos donde se dirimen, se juzgan y dictaminan, casi de
inmediato al que tiene un delito del tamaño de un metro de cable robado o la
magnitud de la fraudulenta venta de una mogote, un cerro pelón o un arroyo
seco. La justicia derecha aplicada al ladrón, al estafados, bien por la
justicia, bien por quienes aplican. “Dura lex, sed lex”.
Si al estafados, sin
valores morales, el de mucha habilidad y poca vergüenza, muy hablador entre la
gente del medio en que opera, se ufana de la cantidad de incautos que caen en
sus manos y se ríe de los negocios donde estampa su firma, por ejemplo para
amueblar su casa, inmueble seguramente hipotecado tal vez, mas de una ocasión.
Con el poder de su firma,
y su parlanchina y bien estudiada verborrea se presenta bien peinado luciendo
se apellido de la categoría del Conde de Cerralvo, sus antecedentes de familia
pudiente, comerciantes de grandes créditos públicos, antes con inversiones
nacionales perdidas por confiar en otros estafadores que le hicieron perder su
“fortuna”.
Tiene amistades en el
ámbito político local y hasta nacional como para esperar el llamado en un bien
puesto en cualquier gobierno, vaya hasta una candidatura de elección popular.
Todas esas novelas
terminan en humo, cuando el incauto y confiado aprendiz de pendejo, cae en el
garlito del compa estafador ya preparado para comerse al pez atrapado, a la paloma
inocente que se dejo engañar.
Conocí a mi
estafador. En turno, amparado por la presencia de un amigo, este si de
incomparable honestidad y virtudes personales a quien, creo, también tenía
engañado.
Verán ustedes mis
cuatro lectores, señor Agente del Ministerio Público:
Bajo inesperada presentación
que me hizo mi amigo –de incomparable y conocida presentación en La Paz, me
ofreció el estafador, un automóvil, lo entrevisté en su residencia por la calle
Valentín Gómez Farías, donde cordialmente me presentó a su esposa y dos de sus
hijos.
Hicimos el trato,
entregué quince mil pesos. Hice una prueba del auto, me gustó. Me entregó los
documentos: Una factura de una “yarda” de Tijuana y el documento coloquialmente
llamado pedimento, una hoja Oficial de la Aduana –color verde- Federal,
documentos, que, al presentarlos en Transito Municipal de La Paz BCS,
resultaron apócrifos, tan falsos como un billete de siete pesos.
“Que tiempos, que
costumbres”.
Recibió el dinero,
veinticinco mil pesos, le solicite la devolución “no tengo”. La utilice para
pagar el sanatorio en Guadalajara donde tengo a un hijo con “cáncer”.
En mis manos están
los documentos, revisados varias veces en las oficinas municipales.
“No tengo trabajo”,
pero espero una plaza en el Gobierno…”.
Me firmo un pagare
(¿?) para ser cubierto el próximo 15 de julio; este documento sé que no es nada
para individuo como el estafador de marras y, aprendiz de brujo, lo demandaré.
No es cuánto. Seguiré
informando.
Profr. Ramón Márquez
Orozco.
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