Por Víctor Octavio García
Adiós al amigo
Ayer, la primera llamada que recibí fue portadora de una mala, muy mala noticia; murió Víctor Liceaga, me atajó mi interlocutor. Quien me llamaba era el “Tony” Talamantes. Minutos después Ricardo Barroso me confirmó la triste noticia. En el transcurso del día recibí varias llamadas con el mismo propósito. Día trágico, previo al Día del Amor y la Amistad que me trae amargos recuerdos desde hace cuatro años cuando estuve a punto de ser fatal y misteriosamente arrollado por un pesado camión, al igual que mi amigo Valentín Castro --quien hoy cumple años y festeja su onomástico-- de regreso de Loreto a esta ciudad. Los dos fuimos salvados por la voluntad de Dios.
La infausta noticia sobre el deceso de Víctor Liceaga (a quien le profeso afecto y respecto, luego de una estrecha relación de muchos años, de coincidencias y desencuentros, como me honró tener con los ex gobernadores Félix Agramont Cota, Ángel César Mendoza Arámburo y Guillermo Mercado Romero) enmudeció mi corazón.
Y no es para menos. A Liceaga --como siempre lo tutee-- lo trate estrechamente mucho antes de ser gobernador, como gobernador y después que dejó el poder. Los últimos años la relación fue más estrecha tras las defenestraciones, ingratitudes y negativas que recibió de sus “amigos” que impulsó y proyectó durante su sexenio. A Liceaga siempre lo trate con afecto, respeto y desinterés porque en el fondo era un hombre justo; bueno, bien intencionado que dio todo sin pedir nada a cambio.
La noticia de su muerte me conmovió terriblemente y seguramente tardaré tiempo en resignarme. La última vez que hablé con él --hace cosa de diez días-- me comentó que iría a Los Cabos donde pensaba pasar unos días; “tocayo, cuando regrese te hablaré”, me dijo. Admito que la última vez que lo vi, lo vi muy decaído y le comenté a Raúl Olachea Lucero (Sé que es muy amigo de él, y a Enrique Beltrán Salcedo) que sentí a Liceaga tan mal, tan decaído, tan fuera de sí mismo, que me dejó la impresión que se quería morir.
Su obra como gobernador --cuya evaluación está en manos de la historia -- quedará para la posteridad. En las perspectivas en cómo se produce el desarrollo de BCS en los últimos años y su paso por la gubernatura del Estado, seguramente el veredicto final será que fue un hombre que cumplió con su tiempo, con sus gentes y con los sudcalifornianos. Hoy, la centenaria “comunidad de sangre” --como él calificaba nuestros orígenes ancestrales-- pierde un hombre que contó con el alto honor de encabezar los destinos de esta tierra.
El viejo grupo de los “amigos de siempre” que lideró antes, durante y después de ser gobernador, y que después se transformó --como sostenía en broma y en serio-- en los “enemigos de siempre”, del grupo “Caleta” y los “liceaguistas” que nunca existieron, pierden a un amigo, a un hermano de sangre que aquilató los valores más intrínsecos de una sudcalifornidad genuina, pura, sin adjetivos y sin dobleces, que estoicamente espera realizar sus anhelos y sueños inalcanzables.
Despedir a un hombre a quien le he profesado afecto y respeto durante muchos años en menos de cuatro mil caracteres, resulta una cicatería, sin embargo, lo hago con el firme propósito para reafirmar mis afectos y respetos a un sudcaliforniano justo y ejemplar, que dio todo sin pedir nada a cambio. Descanse en Paz don Víctor Manuel Liceaga Ruibal.
Para cualquier comentario, duda o aclaración, diríjase a abcdario_@hotmail.com
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