Estamos viviendo la calma que
precede a la tormenta. Pronto escucharemos rayos y centellas, entre los
aspirantes políticos a la gubernatura y a otros cargos.
Muy pronto, con pavor, nos enteraremos de cosas que no nos imaginamos
que se dirán unos a otros.
Hace poco, Carlos Mendoza me
comentaba que no debieran convertirse en campañas despectivas, sino en mensajes
de altura, de alto nivel filosófico y político.
Buenas intenciones, sin duda, pero difícil de lograr cuando se trata de
acabar con el enemigo político y no con el adversario.
Decía Carlos que después de todo,
los actores políticos seguirán conviviendo el resto de sus días bajo este mismo
techo sudcaliforniano.
Y que no vale la pena destruirse por la ambición del poder. Creo que
tiene mucha razón. No vale la pena.
Lo curioso y lamentable es que
los ataques empiezan en las infanterías y los líderes no tienen la capacidad de
frenar a sus dirigidos.
Y eso provoca una reacción en cadena que termina por destruir la política
y por construir bases equivocadas en la lucha electoral. No se vale.
Ojalá que los políticos entiendan
que vivimos tiempos de diálogo, de concertación, de acuerdos, no de
denostaciones infames.
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